jueves, 7 de mayo de 2009

El año en que murió el beso...


La violencia en nuestras calles no tiene techo. Todos los días los costarricenses somos testigos por medio de la prensa, de homicidios que tienen su origen en situaciones pasionales, robos de bagatelas o problemas entre bandas de vendedores de drogas. ¡Increíble! Me asusta pensar que a un señor mecánico le mataron a las 11 de la mañana en un lote baldío a reglazos en las inmediaciones de una concurrida parada de autobuses mientras asaltaban a su esposa.
Poco a poco los costarricenses nos estamos recluyendo más en nuestros hogares forrados de hierro, llavines de doble paso, perro, alarmas y cuanto invento nuevo aparezca que sirva para resguardar nuestros bienes y nuestras vidas.
Por otro lado se nos vino encima la crisis económica internacional, en la que nada tenemos que ver, pero nos golpea y nos golpeará, por causa de la irresponsabilidad de los gobernantes de las últimas tres décadas que han promovido que un supuesto desarrollo nacional y crecimiento económico del país, sobre la base de una elevada dependencia comercial con los Estados Unidos.
Pues resulta que, en Estados Unidos, el grupo de personas más ricos del mundo –financistas de wall street- dilapidaron una fortuna o mejor dicho, muchas fortunas, en una especie de juegos de inversión de títulos valores riesgosos y ahora, todos tenemos que pagar la factura, incluso hasta don Ramón, el pulpero de mi barrio, eso que llaman socialización de las pérdidas.
La crisis nacional –derivada de la gringa- apenas está empezando en nuestro rumbo. Sobre nuestros cabezas se ciernen verdaderas amenazas de desempleo, de pérdida del patrimonio, de imposibilidad de poder pagar la hipoteca y las cuentas básicas.
Ahora, como si fuera poco lo que está ocurriendo en el planeta, este año nos recibe con una pandemia, palabra de raíces griegas (pan = todo) + dêm (demos = pueblo) que se puede resumir al castellano como “la enfermedad de todo el pueblo” y con enojo como, puerca gripe que amenaza con liquidar a una buena parte de la humanidad entre mocos y tosedera.
Las primeras lógicas medidas sanitarias a que se nos obliga con la enfermedad pueden ser el asomo de la triste y antipática sociedad futura: “No de la mano”, “No de besos”, “No se le ocurra abrasar con efusividad a ese viejo amigo que hace años no ve”. “No sea amable” “Desconfié de cualquiera que puede ser portador del virus porcino, aviar, perruno, vacuno, ovejero y quien sabe cuantas enfermedades raras más”
De continuar aumentando el número de casos confirmados y probables, se harán rótulos para casas que digan en vez de “Cuidado perro bravo” algo así como “No se le ocurra toser en la puerta”, rótulos para carro que indiquen algo así como “No saludo, no beso, no abraso y si quiere ser amable conmigo, váyase al carajo”
Este puede ser el año en que murió el beso. Lo que está ocurriendo a los hermanos Mexicanos es sumamente grave, no solo por las muertes ya ocurridas, sino por los daños colaterales sufridos (pérdidas económicas, de empleos, de imagen de ese país). A nivel de la sociedad, el temor tan grande –justificado o no- que se ha desatado en torno a la posibilidad de contagiarse por causa de ritos tan comunes como saludar con la mano o un beso, serán de difícil recuperación.
Ojala y las amenazas que se ciernen sobre la humanidad no acaben con lo poco que nos queda de amabilidad y no se extermine de nuestras vidas, ese acto tan bello que llamábamos beso.

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