Ciento veintidós años después, nadie se ha atrevido a rebatir la frase célebre del historiador inglés Lord Acton: “Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely” que en su traducción más fiel se lee en español así: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Ciertamente la dictum de Acton como se le conoce a la famosa sentencia, más que una ocurrencia literaria fugaz, es fruto de una obra intelectual del emérito profesor de la Universidad de Cambridge, que pretendió construir puentes entre el catolicismo y el liberalismo, sus dos pasiones antagónicas en medio del surgimiento del nacionalismo fruto de las revoluciones del siglo XVIII. Evidentemente también posee –la frase- una fortísima carga moral, porque el absolutismo del poder se opone a la libertad y la libertad es un fin en sí mismo, según el lord.
No seré entonces yo, quien pretenda criticar a Acton, acepto que el poder tienda a corromper y que si es absoluto, la corrupción será absoluta. Nótese que según la estructura de la célebre frase, cuando se tiene poder hay apenas una tendencia –tends to corrupt- pero cuando el poder es absoluto el resultado solo es uno. Evidencias de ello abundan a lo largo del desarrollo de la humanidad, desde la bacchanalia del imperio romano, pasando por el triste retrato de los Borgia, la ambición napoleónica, la criminalidad del Tercer Reich, hasta llegar a un sin número de ejemplos modernos imposibles de disimular, en fin, la historia universal está repleta de situaciones en las que el poder absoluto, provocaron absoluta corrupción.
Por eso al igual que la mayoría de costarricenses, soy de la opinión de que la democracia es el mejor sistema de gobierno hasta el día de hoy conocido, aunque perfectible. A mi juicio, los principales elementos de la democracia (el voto secreto, la alternancia y la división de poderes) son suficientes para garantizar la inexistencia de absolutistas que sean absolutamente corruptos usando la lógica del Lord.
Sin embargo una nueva amenaza se cierne sobre las democracias de nuestro Continente y por desgracia Costa Rica no es la excepción. Por un lado el renacimiento de los golpes de Estado apoyados o dirigidos por militares, práctica que pensamos erradicada con el fenecimiento de la guerra fría, por otro la fiebre de reelección de políticos que no desean desacostumbrarse a las mieles del poder, que igualmente considerábamos extinguida gracias visionarios constituyentes que impusieron impedimentos en las ahora manoseadas cartas magnas o fundamentales. Finalmente, una tercera variante, más disimulada pero igual de peligrosa, la concentración de poder en la factio, latinazo con el que se alude a una pequeña asociación de personas basada en la riqueza.
La concentración de poder es un disimulo del absolutismo, -tiranía en democracia- según confesó Oscar Arias, es la implantación de un modelo en el que se siguen las reglas de una pequeña asociación, pero revestidas de legitimidad democrática, es una perversa solución al dilema de ser Rey sin corona, trono o designio divino.
En nuestro país todas las fuentes de poder se concentraron en una sola tendencia política, léase correctamente que ni siquiera es un partido, me refiero a la tendencia del “arismo” que logró, a la mejor con votos, a la mejor sin ellos, secuestrar toda la institucionalidad pública para sus fines. So pretexto de la gobernabilidad, basados en una aparente lentitud del aparato Estatal, apoyados por un marketing sin alma dispuesto a vender mentiras con el más elevado menosprecio por la verdad y los valores sociales, el arismo posee ya, hoy mismo, un poder absoluto, que ….. ¿cómo diría el Lord?
Ciertamente la dictum de Acton como se le conoce a la famosa sentencia, más que una ocurrencia literaria fugaz, es fruto de una obra intelectual del emérito profesor de la Universidad de Cambridge, que pretendió construir puentes entre el catolicismo y el liberalismo, sus dos pasiones antagónicas en medio del surgimiento del nacionalismo fruto de las revoluciones del siglo XVIII. Evidentemente también posee –la frase- una fortísima carga moral, porque el absolutismo del poder se opone a la libertad y la libertad es un fin en sí mismo, según el lord.
No seré entonces yo, quien pretenda criticar a Acton, acepto que el poder tienda a corromper y que si es absoluto, la corrupción será absoluta. Nótese que según la estructura de la célebre frase, cuando se tiene poder hay apenas una tendencia –tends to corrupt- pero cuando el poder es absoluto el resultado solo es uno. Evidencias de ello abundan a lo largo del desarrollo de la humanidad, desde la bacchanalia del imperio romano, pasando por el triste retrato de los Borgia, la ambición napoleónica, la criminalidad del Tercer Reich, hasta llegar a un sin número de ejemplos modernos imposibles de disimular, en fin, la historia universal está repleta de situaciones en las que el poder absoluto, provocaron absoluta corrupción.
Por eso al igual que la mayoría de costarricenses, soy de la opinión de que la democracia es el mejor sistema de gobierno hasta el día de hoy conocido, aunque perfectible. A mi juicio, los principales elementos de la democracia (el voto secreto, la alternancia y la división de poderes) son suficientes para garantizar la inexistencia de absolutistas que sean absolutamente corruptos usando la lógica del Lord.
Sin embargo una nueva amenaza se cierne sobre las democracias de nuestro Continente y por desgracia Costa Rica no es la excepción. Por un lado el renacimiento de los golpes de Estado apoyados o dirigidos por militares, práctica que pensamos erradicada con el fenecimiento de la guerra fría, por otro la fiebre de reelección de políticos que no desean desacostumbrarse a las mieles del poder, que igualmente considerábamos extinguida gracias visionarios constituyentes que impusieron impedimentos en las ahora manoseadas cartas magnas o fundamentales. Finalmente, una tercera variante, más disimulada pero igual de peligrosa, la concentración de poder en la factio, latinazo con el que se alude a una pequeña asociación de personas basada en la riqueza.
La concentración de poder es un disimulo del absolutismo, -tiranía en democracia- según confesó Oscar Arias, es la implantación de un modelo en el que se siguen las reglas de una pequeña asociación, pero revestidas de legitimidad democrática, es una perversa solución al dilema de ser Rey sin corona, trono o designio divino.
En nuestro país todas las fuentes de poder se concentraron en una sola tendencia política, léase correctamente que ni siquiera es un partido, me refiero a la tendencia del “arismo” que logró, a la mejor con votos, a la mejor sin ellos, secuestrar toda la institucionalidad pública para sus fines. So pretexto de la gobernabilidad, basados en una aparente lentitud del aparato Estatal, apoyados por un marketing sin alma dispuesto a vender mentiras con el más elevado menosprecio por la verdad y los valores sociales, el arismo posee ya, hoy mismo, un poder absoluto, que ….. ¿cómo diría el Lord?
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