Primero me preocupa, la importación masiva de productos de mala calidad o defectuosos, especialmente de artículos electrónicos que clonan tecnologías a bajo costo, que en efecto han inundado otros mercados del planeta y pueden generar, una oferta excesiva de aparatos de poca duración, sin garantías, talleres de servicio o respaldo.
Mi segunda preocupación, es la probable llegada al mercado nacional de productos alimenticios irregulares, que no cumplan con estándares mínimos de salubridad o que evadan los controles. Esta preocupación encuentra fundamento en el reciente escándalo internacional que puso en evidencia a industriales chinos que adulteraron lácteos y otros alimentos con melamina, producto químico utilizado en la industria del plástico y que desde luego es tóxico al ingerirse.
Tercero, la desgravación del noventa y cuatro por ciento en las partidas arancelarias que proponen los negociadores chinos, lo que en definitiva socavaría a nuestra Industria Nacional, empleadora de doscientos cincuenta mil trabajos, generadora del veinticuatro por ciento del PIB y productora de tres cuartas partes de toda la exportación nacional.
Hasta ahora, China ha suscrito tratados comerciales en el Continente con las Repúblicas de Chile y Perú, en ese orden. En esos casos, el sector agro exportador de ambas naciones, no logró el ingreso libre de aranceles de sus productos. Al contrario, el gigante asiático, cuyo crecimiento del PIB para este año 2009 se calcula en un siete por ciento en plena crisis, se ha beneficiado con la compra de minerales en bruto a bajo precio.
Los tratados comerciales deberían ser para el país, oportunidades de crecimiento y desarrollo y no trampas mortales para los sectores productivos.
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