Con el título “Caritas in Veritate” Su Santidad Benedicto XVI, emitió la tercera encíclica de su corto papado y con ello reafirmó el largo compromiso histórico de la Iglesia Católica con la justicia social y el bien común.
La doctrina social de la Iglesia es parte inequívoca del patrimonio cultural de la humanidad, es el resultado de un largo legado de magisterio social y aunque abundante, es una sola. Esa unicidad deriva del carácter continuo, permanente y persistente del llamado de la Iglesia a la construcción de una sociedad más justa, que es a la vez su rol de denuncia frente a la injusticia social. Si bien es cierto a través de la doctrina no se ofrecen soluciones concretas, su desarrollo ha permitido que el progreso tecnológico de nuestros tiempos, no se desboque dándole la espalda a la ética y la conciencia humanas.
El Papa, propone una relectura de grandes encíclicas sociales, con especial énfasis en Populorum progessio de Pablo VI, cuyo examen resulta de consulta obligatoria para mandatarios, políticos, líderes y cuantos aspiremos a cargos de elección popular.
Desarrollo Humano y Globalización. Para la Iglesia solo existe una verdad en cuanto al desarrollo “…si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo”. Esto por cuanto el progreso de los pueblos, desde la perspectiva doctrinal de cuarenta años atrás, implicaba la generación de igualdad entre los hombres y entre los pueblos. Pero hoy día la globalización, identificada como el proceso que produjo mayor comunicación y avance tecnológico al planeta en general, es evidencia para la Iglesia, de progreso, más no de igualdad. Ese es el escenario que nos propone la encíclica, como base para cuestionar si se cumplieron o no, las expectativas de desarrollo humano planteadas por el Papa Pablo VI y si los gobernantes, deberían hacer un alto a las relaciones económicas entre Estados, carentes de ética y de caridad.
La Iglesia denuncia con claridad, que la riqueza mundial derivada de la globalización, creció en términos absolutos pero aumentó la desigualdad, que en muchos países ricos nacieron nuevas pobrezas y que en los pobres, aún no se distribuye la riqueza. El Papa Benedicto XVI condena, a una globalización que promueve el consumismo y el materialismo, que se ha excedido en la protección del conocimiento –propiedad intelectual- y que navega entre la corrupción e ilegalidad de los sujetos que toman las decisiones económicas y políticas.
Democracia Económica. Pide revalorizar el papel de los poderes públicos de los Estados, cuyo contexto califica de “modificado” por el nuevo orden económico-comercial y financiero internacional, llama a corregir errores y disfunciones de gobierno y a realizar un papel mejor ponderado, dando lugar a la participación de organizaciones civiles en los asuntos de la res pública. La realización del ideal económico democrático exige –de acuerdo con la nueva encíclica- la estimulación de mercados internos, el respeto a las libertades sindicales y la protección de las redes de seguridad social actualmente amenazadas por la competitividad del mercado global.
Para nuestra Iglesia, la economía no es éticamente neutra, es una actividad de humana y para humanos, por lo que “debe ser articulada e institucionalizada éticamente” puesto que toda decisión económica, posee consecuencias de carácter moral y solo por medio de la solidaridad, la empresa social y relaciones de mercado en las que el valor equivalente de los bienes y servicios estén al servicio del hombre, será posible promover un mundo más humano, es decir “ un mundo en todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sean un obstáculo para el desarrollo de los otros.”
Medio ambiente. La dimensión ideológica de la nueva encíclica identifica como derecho elemental de todo ser humano, el derecho a un medio ambiente sano, equilibrado y libre de las amenazas del progreso “respetando el equilibrio inherente a la creación misma”. Pero al mismo tiempo velar por la conservación del ambiente es un deber, pues no se puede ignorar las necesidades de las generaciones futuras -justicia intergeneracional- por lo que el Papa, llama a una redistribución planetaria de los recursos energéticos, a evitar la explotación en países pobres e incluso a una reforma agraria ecuánime pues “el derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos…”
Cultura ateísta. El hedonismo y el consumismo son la característica principal de una sociedad globalizada en la que la familia humana, los pueblos y sus culturas, son anulados por modismos que alejan a las personas unas de las otras, les apartan de la realidad y de sus religiones e impiden la construcción de “la comunidad social en el respeto del bien común”.
Confirma la doctrina la sospecha de algunos, la exclusión de la religión del ámbito público solo empobrece a la política y a las decisiones públicas.
Subsidiaridad. La Iglesia llama finalmente, a evitar la consolidación de un poder universal de tipo monocrático, y clama por la subsidiaridad no entendida como regalías o asistencialismo, sino como el proceso de solidaridad y particularismo social que permita el reconocimiento de un comercio justo y “equilibrado en el campo agrícola”, el reconocimiento de los derechos del recurso humano de los países pobres, “justo salario y seguridad para el trabajador y su familia”, el mayor acceso a la educación formal y a la instrucción, y la aplicación de la subsidiaridad fiscal, “que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los impuestos que pagan al Estado”.
Reprende finalmente, a los países que se arrogan cierta superioridad cultural derivada de su alto desarrollo tecnológico y les llama a redescubrir virtudes olvidadas para defender la verdad, pues sin la verdad, la caridad es ausente de toda responsabilidad social, dejando a merced “de intereses privados y lógicas de poder” la justicia social y el bien común.
La doctrina social de la Iglesia es parte inequívoca del patrimonio cultural de la humanidad, es el resultado de un largo legado de magisterio social y aunque abundante, es una sola. Esa unicidad deriva del carácter continuo, permanente y persistente del llamado de la Iglesia a la construcción de una sociedad más justa, que es a la vez su rol de denuncia frente a la injusticia social. Si bien es cierto a través de la doctrina no se ofrecen soluciones concretas, su desarrollo ha permitido que el progreso tecnológico de nuestros tiempos, no se desboque dándole la espalda a la ética y la conciencia humanas.
El Papa, propone una relectura de grandes encíclicas sociales, con especial énfasis en Populorum progessio de Pablo VI, cuyo examen resulta de consulta obligatoria para mandatarios, políticos, líderes y cuantos aspiremos a cargos de elección popular.
Desarrollo Humano y Globalización. Para la Iglesia solo existe una verdad en cuanto al desarrollo “…si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo”. Esto por cuanto el progreso de los pueblos, desde la perspectiva doctrinal de cuarenta años atrás, implicaba la generación de igualdad entre los hombres y entre los pueblos. Pero hoy día la globalización, identificada como el proceso que produjo mayor comunicación y avance tecnológico al planeta en general, es evidencia para la Iglesia, de progreso, más no de igualdad. Ese es el escenario que nos propone la encíclica, como base para cuestionar si se cumplieron o no, las expectativas de desarrollo humano planteadas por el Papa Pablo VI y si los gobernantes, deberían hacer un alto a las relaciones económicas entre Estados, carentes de ética y de caridad.
La Iglesia denuncia con claridad, que la riqueza mundial derivada de la globalización, creció en términos absolutos pero aumentó la desigualdad, que en muchos países ricos nacieron nuevas pobrezas y que en los pobres, aún no se distribuye la riqueza. El Papa Benedicto XVI condena, a una globalización que promueve el consumismo y el materialismo, que se ha excedido en la protección del conocimiento –propiedad intelectual- y que navega entre la corrupción e ilegalidad de los sujetos que toman las decisiones económicas y políticas.
Democracia Económica. Pide revalorizar el papel de los poderes públicos de los Estados, cuyo contexto califica de “modificado” por el nuevo orden económico-comercial y financiero internacional, llama a corregir errores y disfunciones de gobierno y a realizar un papel mejor ponderado, dando lugar a la participación de organizaciones civiles en los asuntos de la res pública. La realización del ideal económico democrático exige –de acuerdo con la nueva encíclica- la estimulación de mercados internos, el respeto a las libertades sindicales y la protección de las redes de seguridad social actualmente amenazadas por la competitividad del mercado global.
Para nuestra Iglesia, la economía no es éticamente neutra, es una actividad de humana y para humanos, por lo que “debe ser articulada e institucionalizada éticamente” puesto que toda decisión económica, posee consecuencias de carácter moral y solo por medio de la solidaridad, la empresa social y relaciones de mercado en las que el valor equivalente de los bienes y servicios estén al servicio del hombre, será posible promover un mundo más humano, es decir “ un mundo en todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sean un obstáculo para el desarrollo de los otros.”
Medio ambiente. La dimensión ideológica de la nueva encíclica identifica como derecho elemental de todo ser humano, el derecho a un medio ambiente sano, equilibrado y libre de las amenazas del progreso “respetando el equilibrio inherente a la creación misma”. Pero al mismo tiempo velar por la conservación del ambiente es un deber, pues no se puede ignorar las necesidades de las generaciones futuras -justicia intergeneracional- por lo que el Papa, llama a una redistribución planetaria de los recursos energéticos, a evitar la explotación en países pobres e incluso a una reforma agraria ecuánime pues “el derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos…”
Cultura ateísta. El hedonismo y el consumismo son la característica principal de una sociedad globalizada en la que la familia humana, los pueblos y sus culturas, son anulados por modismos que alejan a las personas unas de las otras, les apartan de la realidad y de sus religiones e impiden la construcción de “la comunidad social en el respeto del bien común”.
Confirma la doctrina la sospecha de algunos, la exclusión de la religión del ámbito público solo empobrece a la política y a las decisiones públicas.
Subsidiaridad. La Iglesia llama finalmente, a evitar la consolidación de un poder universal de tipo monocrático, y clama por la subsidiaridad no entendida como regalías o asistencialismo, sino como el proceso de solidaridad y particularismo social que permita el reconocimiento de un comercio justo y “equilibrado en el campo agrícola”, el reconocimiento de los derechos del recurso humano de los países pobres, “justo salario y seguridad para el trabajador y su familia”, el mayor acceso a la educación formal y a la instrucción, y la aplicación de la subsidiaridad fiscal, “que permitiría a los ciudadanos decidir sobre el destino de los impuestos que pagan al Estado”.
Reprende finalmente, a los países que se arrogan cierta superioridad cultural derivada de su alto desarrollo tecnológico y les llama a redescubrir virtudes olvidadas para defender la verdad, pues sin la verdad, la caridad es ausente de toda responsabilidad social, dejando a merced “de intereses privados y lógicas de poder” la justicia social y el bien común.
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